Hoy me gustaría abordar una cuestión de mucha relevancia en el ámbito de la psicología clínica, los psicofármacos. No considero que las posturas extremas (a favor o en contra) sean adecuadas, pero si creo que el excesivo consumo de estas sustancias en nuestra sociedad no está justificado.
Resulta demasiado frecuente que una persona pida cita con un psicólogo/a porque quiere probar la terapia psicológica, lleva muchos años con su problema y está cansada de los fármacos; porque los medicamentos recetados por el psiquiatra, (cuando no su médico de cabecera) no le están haciendo nada, y lo más grave, lleva tomándolos mucho tiempo, a veces años.
Al abordar la cuestión de los psicofármacos compruebo que demasiadas personas tienen un concepto erróneo de su utilidad. Estamos acostumbrados a ir al médico por una dolencia, X, y que la solución o la cura llega a través de un medicamento, por tanto aplicamos esta creencia a los problemas psicológicos, pero ¿es correcta?. Si estas leyendo esto y creías en esta generalización, debes saber que es totalmente errónea.
Los psicofármacos no curan, pueden ser una ayuda, en algunos casos necesaria, pero nunca suponen una solución. Yo suelo explicar su funcionamiento a través de una metáfora: si te haces una herida, ¿existe algún fármaco que la cierre?, no. Pero si puedes echar mano de un apósito, por ejemplo, que ayude a para la hemorragia, o una venda que impida que se infecte, pero no existe ningún fármaco o producto que genere una rápida cicatrización para que esa herida desaparezca en un par de días, ¿verdad?.
Hace poco compartí impresiones con otro compañero, psicólogo, sobre el libro del periodista estadounidense Robert Whitaker, Anatomía de una epidemia (Capitán Swing). Libro que recomiendo a tod@s los que os intereséis sobre este tema.
Tras repasar la literatura científica y las estadísticas, el periodista concluye que si bien los medicamentos para las enfermedades mentales pueden ser beneficiosos usados de manera puntual, a largo plazo cronifican las enfermedades. Uno de los datos en los que se apoya es una paradoja: desde la aparición de los psicofármacos, las enfermedades mentales van en aumento.
Además, el consumo de psicofármacos menores, como ansiolíticos o antidepresivos, ha crecido un 20% en España, según datos del Ministerio de Sanidad. Y los toma un 11% de la población.
¿Qué podemos esperar entonces de este tipo de medicamentos?. Los psicofármacos más recetados actualmente para trastornos ansiosos y depresivos son los ansiolíticos y antidepresivos, y cómo comentaba al principio pueden ser útiles en ciertos momentos, como una herramienta más en el proceso de recuperación o tratamiento, pero no resultan eficaces como tratamientos únicos y generalizados para los trastornos psicológicos.
¿Por qué?. Pongamos cómo ejemplo un problema de ansiedad, un foco de malestar muy extendido y que con mayor frecuencia se trata con fármacos.
La ansiedad es una respuesta de nuestro organismo, que se genera ante situaciones en las que la persona experimenta mucho miedo, y un fuerte malestar físico, psicológico y emocional, pero dichas situaciones objetivamente no son peligrosas. Por tanto los tratamientos psicológicos se centran en ayudar a la persona a afrontar esas situaciones. y esta es la clave de la cuestión, si recetamos ansiolíticos para tratar el problema, es muy posible que la persona experimente una mejoría, que se encuentre más tranquila y centrada, que su patrón de sueño y alimentación se regularice. Bien. Pero realmente esta persona no está abordando directamente su problema, sólo lo «camufla». Para resolver un problema de ansiedad la persona necesita, en primer lugar, entender el funcionamiento de su organismo, mental, físico y emocional, en las situaciones en las que se dispara su malestar, como paso previo al cambio mental, actitudinal y de comportamientos necesarios para resolver eficazmente sus problemas.
Ciertamente, en las primaras fases del tratamiento la terapia farmacológica puede resultar de ayuda, pero ese apoyo debe tener una base que lo justifique, pero sobre todo un control médico que regule y limite el uso de esa ayuda a lo estrictamente necesario. Y, desgraciadamente, este control está muy alejado del actual patrón consumo de este tipo de fármacos, a la vista de los datos.