Normalmente tendemos a separar de modo drástico todo lo relativo a la mente y nuestro cuerpo, como si fuesen dos entes divisibles. Si bien hoy sabemos que esa división no es tal, es cierto que podemos analizarlos como dos partes diferenciada aunque resultaría incompleto su análisis y comprensión si las separamos la una del otro. Existen muchos más paralelismos en su funcionamiento que diferencias, y hoy queremos justamente hablaros de uno de esos paralelismos.
Cuando nos referimos a enfermedades del cuerpo, uno de los primeros indicadores de que algo va mal a nivel físico suele ser la fiebre. Como todos sabemos, la fiebre es el mecanismo de defensa que nuestro cuerpo utiliza para avisarnos de que algo va mal y que debemos de prestarle atención a ese algo. Cuando tenemos fiebre, de nada sirve tomar antitérmicos o ponernos paños fríos por el cuerpo si no actuamos sobre aquello que nos está produciendo esa subida de temperatura, como puede ser una infección o algún otro tipo de enfermedad.
A mi me gusta explicar que algo parecido ocurre cuando nos referimos a dolencias de tipo psicológico. En muchas ocasiones los síntomas, que pueden variar desde problemas con la comida hasta problemas de tipo obsesivo-compulsivo, pueden estar funcionando como sistema de alerta que nos indica que algo no va bien. Este algo no tiene por qué estar relacionado con el síntoma en cuestión, ni tiene por qué ser identificado por la persona. De hecho, la mayoría de las veces la persona desconoce la función que están cumpliendo esos síntomas y simplemente los analiza como «el problema que debe de ser tratado«. Desde el enfoque de terapia en el que nos centramos se dice que ocurre algo similar que con la fiebre: de poco sirve atajar los síntomas si no descubrimos para qué nuestro cuerpo nos envía estas señales y qué es lo que realmente nos están tratando de transmitir.
«Una de las funciones del psicólogo es la de descubrir para qué están sirviendo esos síntomas y tratar de hallar una vía de escape más funcional de esto que nos preocupa»
Del mismo modo que acudimos al médico para que nos oriente sobre los motivos por los que tenemos fiebre y nos ayude a atacarla, una de las funciones del psicólogo/a es la de descubrir para qué están sirviendo esos síntomas y tratar de hallar una vía de escape más funcional de esto que nos preocupa, de tal modo que dejen de ser necesarios esos síntomas tan molestos.