La primera vez que tuve clara mi vocación fue en un campamento de la Xunta cuando tenía once años. Cuando, después de quince días, mis padres me recogieron se lo dije nada más verlos “quiero ser psicóloga”. Hoy en día no sé si se sorprendieron o no, ya que desde bien pequeñita me interesó el trabajo de mi padre, que también es psicólogo. “Papi, cuéntame un caso” empezó a ser más frecuente que “Papi, cuéntame un cuento”.
Durante la adolescencia tuve varias experiencias relacionadas con el voluntariado que me ayudaron a confirmar a qué quería dedicar mi futuro. De esta manera, con todo lo aprendido en la maleta y todo lo que me quedaba por aprender sobre los hombros, me embarqué en la aventura charra. La Universidad de Salamanca me acogió tan bien como su ciudad y sus gentes, y pude empaparme de todos los conocimientos de vida que a lo largo de cinco años el contexto me brindó.
Allí se acercó a mí la terapia familiar sistémica, de la mano del gran Pepe Navarro, que junto con la continua afluencia de información y artículos recibidos por correo electrónico por parte de mi padre, ocupó la mayor parte de mi tiempo de investigación fuera de lo plenamente académico. También los temas de género comenzaron a interesarme, tanto en el ámbito social como en el académico, culminando mi aventura charra con una investigación de fin de grado sobre “El papel de las mujeres en la Historia de la Psicología”. Volví a Vigo en 2015 para hacer la formación en Terapia Familiar Sistémica en la escuela Cambio y a la vez compaginarlo con el Máster en Psicología General Sanitaria por la VIU. Desde entonces no he parado de formarme en congresos y seminarios tanto nacionales como internacionales, centrándome sobre todo en la perspectiva de género, la terapia familiar y de pareja.